Este lunes 21 de abril, el mundo se detuvo al confirmarse el fallecimiento del Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y símbolo de una Iglesia cercana, humilde y reformista. A sus 88 años, Jorge Mario Bergoglio partió dejando una huella imborrable, y el Vaticano ya ha activado un protocolo renovado que él mismo aprobó en 2024.
Por primera vez, no se utilizarán los tres ataúdes tradicionales ni se practicará el antiguo rito del martillo de plata sobre la frente del Papa. En su lugar, su deceso fue confirmado en la capilla privada del Palacio Apostólico, de manera más íntima y simbólica. Su cuerpo será trasladado directamente a la Basílica de San Pedro y expuesto en un ataúd de madera con interior de zinc, abierto al público, sin báculo ni catafalco.
La misa exequial será presidida por el decano del Colegio Cardenalicio, no por otro Papa, como ocurrió con Benedicto XVI, y se celebrará en la Plaza de San Pedro. En coherencia con su estilo austero, se evitarán títulos ostentosos, refiriéndose a Francisco simplemente como “Obispo de Roma”.
Aunque la tradición indica que los pontífices sean enterrados en las grutas vaticanas, Francisco pidió ser sepultado en la Basílica de Santa María la Mayor, lugar profundamente ligado a su devoción por la Virgen María.
El protocolo también contempla la destrucción del anillo del pescador, símbolo del fin de su pontificado. Luego, el Colegio Cardenalicio convocará al cónclave que elegirá al nuevo líder de la Iglesia, en la Capilla Sixtina. La esperada “fumata blanca” anunciará al mundo que hay un nuevo Papa.
La despedida de Francisco marca el cierre de una era en la historia de la Iglesia, y abre un nuevo capítulo en el Vaticano. El mundo espera ahora al sucesor de un Papa que eligió la misericordia, el diálogo y la humildad como banderas de su pontificado.